Cine, cuna de soñadores

Bienvenidos cinéfilos, apasionados y soñadores a este modesto blog.
Espero que, al menos, les haga tener más sed de cine.

martes, 1 de noviembre de 2011

Mientras funcione...perfecto


Lo que sea que funcione, cualquier cosa que sirva para ser felices. Supongo que eso trata de decirnos Woody Allen a través del protagonista de "Si la cosa funciona" traducción con la que por cierto no estoy nada de acuerdo ya que "Whatever works" significa en realidad cualquier cosa que funcione, lo que sea que sirva. Esto sí tiene sentido en relación con la película que acabo de ver y que me ha dejado un magnífico sabor de boca, refrescante y optimista, transmitiéndome que puede que la vida sea mucho más fácil de lo que nosotros nos empeñamos en pintarla.

Las creencias más arraigadas a nosotros, las más profundas convicciones, la educación que hayamos recibido desde muy jóvenes, no sirven para nada si no nos dejan ser felices. Debemos ser capaces de desechar todo aquello que nos suponga un lastre en nuestras vidas, si la cosa falla no nos podemos obcecar en lo que un día alguien nos dijo que nos convenía. En nuestro caso creo que las pautas recibidas habrían sido: sé bueno y no destaques mucho, estudia, busca un trabajo, una pareja, compra una casa, ten hijos y trabaja toda tu vida para ellos enseñándoles a su vez el modelo que deben seguir, el mismo que todo el mundo. Y eso que no nos ha tocado uno todavía peor como el prehistórico: sé cristiano y obediente, estudia, ve a misa, cásate, olvida tus aspiraciones y quédate en casa con tus cinco hijos (en le caso femenino) o trabaja hasta no poder más cada día para sacar adelante tú solo a tu mujer e hijos (en el caso masculino), etc, etc. No me extraña que los burdeles estubieran hasta los topes de hombres casados y las esposas hasta las cejas de valiums o vino tinto.

Creo que es una trampa mortal; sí, mortal, no exagero lo más mínimo porque si lo pensamos es muy tarde cuando te das cuenta de que la vida casi ha pasado y no has hecho lo que verdaderamente deseabas. ¿Seguro que era eso lo que querías estudiar? ¿Seguro que querías estudiar? ¿Seguro que querías casarte a los 20? ¿Seguro que pasarte la vida trabajando sin descanso ni oportunidad de él para no perder todo lo conseguido era lo que deseabas? ¿Cómo consiguieron hacer pasar todo esto por sueños cuando a mí me suena a esclavitud?
Nada de esto tiene sentido si la felicidad no asoma las orejas por ningún lado, es absurdo y muy cruel. Cualquier cosa que nos sirva para ser felices con la única excepción de que no sea a costa de nadie, es lo único que cuenta y así nos lo dice Allen.
Has sido toda tu vida una esposa devota y sacrificada pero lo que realmente te hizo feliz al final era el arte y convivir con dos hombres. Todos te dijeron que debías ser un orgulloso cabeza de familia pero lo que finalmente te hizo feliz fue el amor masculino.
Para ser felices, cualquier cosa que funcione.

-Si la cosa funciona. Woody Allen-

jueves, 22 de septiembre de 2011

Poesía para la autodestrucción


La poética Fight Club. Filosófica. Tan genial que hace que me pregunte de qué cabeza sale una historia así o pensar que su creador se encuentra a otro nivel de inteligencia y transgresión. Desde luego ha sido todo un regalo para esta noche aburrida, desvelada y repleta de morralla televisiva. A punto estaba de tirar la toalla y perder la fé en la humanidad cuando, de repente, aparece como caído del cielo el nombre de Helena Bonham Carter en una tipografía y con una melodía de fondo tan características que han dibujado una sonrisa en mi cara de inmediato. El Club de la Lucha, sí señor. La verdad es que últimamente las noches están que se salen; Pulp Fiction, Matrix, Fargo y nada menos que Jackie Brown aunque por la mañana esta vez, doble gozada.

"No somos especiales, somos la mierda andante y danzante de este mundo. Evolucionemos, autodestruyámonos". Ahora lo entiendo, lo hice cuando hablaba de plantar maíz sobre el asfalto ya inútil y de trepar por gruesas lianas adheridas a los rascacielos. Destruyamos el absurdo y esclavizante mundo que nosotros mismos hemos creado y empecemos de nuevo a vivir como seres humanos libres y autosuficientes. Aunque para ello debemos liberarnos nosotros mismos de aquello a lo que nos hemos atado, cosas que creemos de vital importancia en nuestras vidas y no lo son. Mascarillas de pelo, zapatos, lámparas de diseño, televisión de pago, teléfonos móviles que te sacan hasta del último apuro que uno se pueda imaginar. Cosas, objetos inanimados que nos someten a un día a día basado en la dependencia que nosotros mismos nos hemos impuesto.

Es curiosos como una película te puede llevar a la cuestión, ¿cómo hemos llegado a esto? ¿En qué momento la raza humana empezó a convertir objetos e ideas sin el más mínimo significado ni importancia reales en necesidades básicas? Y soy la primera en reconocer que si me quitan internet me quitan la vida.
El club de la lucha parte de una idea sublime, es un acto de amor destructivo, es asquerosa y violenta y es dulce poesía recorriendo nuestros sentidos. Es la utopía más preciosa que jamás se ha pensado y me doy cuenta ahora, la tercera vez que la he visto. Ya me pareció brillante la segunda, porque la primera no la entendí del todo, para ser sincera. Pero esta vez tenía todos mis sentidos puestos en la historia y he disfrutado cada detalle intencionado, cada calculada frase pronunciada en su exacto momento. Desde que aparecía un extraño flash con la figura de Brad Pitt anunciando que el cambio se estaba produciendo, como en las proyecciones cinematográficas, hasta cuando se vio que los protagonistas (persona real y alterego) tenían todo su pasado en común a pesar de ser la noche y el día. Comedido, aburrido, trabajador, consumista, acomodado, cobarde, atrapado y convencido de esa sociedad en la que participaba cada día sin rechistar. Pero no podía dormir, algo iba mal, no encontraba paz, así que recurrió a alguien que fuera todo lo que él no podía ser. Más bien, lo inventó para que le sustituyera o estuviera con él para hacer todo lo que ansiaba y no era capaz de llevar a cabo por sí solo.

Un club para luchar. Aquello no era un club clandestino de boxeo, ni servía para demostrar quién era el más fuerte o ganar mucho dinero. Allí se iba a tocar fondo, a librarse de todo el lastre que poco a poco nos vamos echando a la espalda durante nuestra inmersión diaria en la sociedad. El fin era despojarse del valor, la hombría, la ira y cualquier cosa que podamos relacionar con una pelea y estar dispuesto a recibir un buen puñado de hostias y entonces, de ese modo, experimentar humildad. Este era el paso que hacía falta dar para que, desde lo más bajo de la condición humana, liberados de pretensiones, orgullos y dignidades postizas, surgiera un proyecto de corazón y sincero de autodestrucción.
Dicho proyecto o misión perseguía devolverle a la humanidad la libertad de ser quienes quisieran ser, de empezar de nuevo, de elegir. Al principio sería un shock total, está claro. El caos más absoluto se apoderaría de nosostros dando paso a la histeria, el pánico y la desorientación. ¿Qué haremos ahora sin nuestro coche, nuestra casa, nuestra tarjeta de crédito? Los ahorros de nuestra vida, esos por los que tantas veces hemos agachado la cabeza; ¡no ha servido de nada el sacrificio! Anda, pero si es lo que ya ocurre cuando un gobierno se pasa de listo y no sólo se juega tus bienes sino que además, los pierde sin ningún reparo.
Pero, volviendo a la hipótesis, a la posibilidad de que pasara de verdad, es seguro que en un periodo de tiempo indefinido encontraríamos la manera de seguir adelante, es más, de empezar de nuevo y dejar atrás el patético, injusto y ya de por sí autodestructivo mundo que hemos construido. Nuestros cimientos por desgracia son el expolio, la opresión y el abuso de poder; nuestro desarrollo, la explotación de recursos naturales agotables, tesoros adquiridos a cambio de nada y en los que nos cagamos incesantemente, y un bonito modelo de sociedad de bienestar en el que no sabríamos hacer ni la O con un canuto sin la ayuda de un electrodoméstico o de Google.

Hace tiempo, dándole vueltas a esto del mundo en el que vivimos, el mismo en el que existo más o menos feliz y que a veces me parece un auténtico estercolero lleno de cucarachas, se me ocurrió que la única solución era reiniciarlo. Me refiero a que está tan podrido, tan corrompido ya que lo único que se puede hacer con él es sacrificarlo para así darle una nueva oportunidad. Ya sé que es algo horrible y no es que yo quiera que desaparezcamos todos pero sí pienso, admito más bien, que nos lo tenemos merecido por creernos más listos y más especiales que nadie. "No somos especiales, somos la mierda andante y danzante de este mundo". Ahora sé que sifnifica que a menos que empecemos a ser humildes, estamos condenados a ser individuos fácilmente controlados y en definitiva, esclavos que se creen con una inteligencia superior. Eso sí que es triste y denigrante. Pues bien, tanto darle vueltas y resulta que ya se me habían adelantado buscando una solución simplemente perfecta, tan transgresora y bella que se ha convertido para mí en la utopía mejor planteada de todo el universo. De tal modo que llega a parecernos incluso realizable (tomo aliento).

Ahora sólo necesito el valor de despojarme de todas mis cosas, de las rutinas que hay en mi vida dependientes del uso de recursos creados por la sociedad moderna; tomar conciencia de quién soy y de qué es lo realmente necesario para vivir como un ser humano; y perder el enraizado miedo a cada peligro u obstáculo que pueda surgir en el transcurso de la vida. O eso o a Brad Pitt.

-El club de la lucha. David Fincher-

viernes, 16 de septiembre de 2011

Aquí mando yo


"Sólo obedecía órdenes". Esta es la inocente afirmación tras la que se excusaron la mayoría de los dirigentes nazis durante los juicios por crímenes contra la Humanidad, al escuchar la constante pregunta "por qué". ¿Por qué? ¿Por qué toda esa esa violencia, humillación, deshumanización y ensañamiento? A lo que casi todos respondieron que eran sólo unos mandados. Uno de los más destacados fue Adolf Eichmann, alto responsable del Holocausto y condenado a muerte en Jerusalén durante los años 60. De acuerdo con un trabajo de Paula Sayavera (Kind Sein Magazine), Eichmann expresó su sorpresa ante el odio que le mostraban los judíos, afirmando que él sólo había obedecido órdenes, y que obedecer órdenes era algo bueno. Se demostró durante el juicio que era un hombre normal e incluso aburrido, que no tenía nada en contra de los judíos.
¿Dónde está la línea entre la sumisión, la obediencia y el cuestionamiento de las cosas que pasan a nuestro alrededor? ¿Hasta que punto debemos obedecer sin rechistar y delegar la responsabilidad de nuestros actos en aquel que nos los ordena? Perdonen pero no, la mano ejecutora es la nuestra.
Para no perder la tónica general, ya me he ido por las ramas. "El experimento" es la cinta que hace brotar todas estas preguntas a la vez que dudas y, por qué no admitirlo, miedo también. En realidad es auténtico pavor al comprobar que cualquiera, da igual lo normal que parezca, divertido, tímido o extrovertido, bondadoso, cualquiera es capaz de exponer su lado más inhumano, cruel y sanguinario. De ahí el pavor, porque eso significa que todos lo llevamos dentro, latente, callado e imperceptible; o lo que es más fácil de entender, no se necesita tener un aspecto monstruoso para que el monstruo exista. Sólo necesitamos vernos inmersos en una serie de circunstancias extremas, que supongan algo radical y totalmente desconocido a lo que estamos acostumbrados, que mantenga en vilo nuestra integridad, supervivencia o tan sólo nuestra imagen hacia los demás. Entonces, sólo entonces, veremos de qué somos realmente capaces. Creemos que nos conocemos, que sabemos nuestros límites pero esta película nos hace ver que no es cierto y esto sucede en ambas direcciones; me explico. No sabemos hasta qué punto somos capaces de aguantar una humillación, hasta cuándo seríamos capaces de someternos a la voluntad de otra persona, hasta que lo experimentamos. Los mismo sucede en el caso de la autoridad. No tenemos ni idea de hasta dónde podríamos llegar con algo de liderazgo y poder en nuestras manos. ¿Cuál sería el límite si nos dan permiso para usar ciertos métodos autoritarios sobre un grupo de personas con el simple e inofensivo fin de mantener el orden entre ellos? ¿Seríamos capaces de pegar? ¿Vejar a alguien? ¿De matar?
Dios santo, no, ¿qué somos, animales? Sin embargo, algo nada grave ni malintencionado si podríamos hacer para lograr un poco de respeto, sólo para que aprendan que deben ser obedientes y pacíficos, no pretendemos que sufran ni nada parecido. Digamos que simplemente les rapamos la cabeza. Es algo completamente indoloro y reversible, en dos semanas estará como siempre. Qué ínfima es la línea que separa a la persona del monstruo. De eso nada. Son actos que a simple vista no tienen mayor importancia pero sí que la tienen. Son retorcidas, inteligentes y muy antguas las técnicas que ayudan a mermar la personalidad de alguien, en este caso, su indentidad. ¿Por qué pensamos que rapan a los soldados cuando ingresan en el ejército; o por qué lo harían en los campos de concentración nazis? ¿Y qué hay de Guantánamo? Sólo son algunos ejemplos pero muy representativos. La respuesta es que, de esta manera, se está violando su derecho al libre desarrollo de la personalidad, afectando a su dignidad humana. Así es mucho más fácil hacer que alguien se torne sumiso, quitándole sus señas de identidad, ya que estas son las que le dan fuerza para reafirmarse y resistirse. En cambio, si no te reconoces, si estás confundido en cuanto a quién eres, si te ves parte de una masa uniforme y alienada te será mucho más difícil cuestionarte si las cosas no deberían ser así. Y este es sólo un ínfimo ejemplo del interminable abanico de posibilidades creadas con el objetivo de acabar con la dignidad, la inteligencia y el carisma de una persona para convertirla en una criatura dócil y fácilmente manipulable.
Se repartieron los roles, y no creo que de manera azarosa, entre ese grupo de hombres normales, ociosos y civilizados. Seis de ellos serían los guardias de esa cárcel de juguete y el resto, unos diez o doce, los presos. Sólo se trataba de mantener el orden y claro, observar las reacciones de todos. En definitiva, se estaba realizando un estudio sobre el comportamiento humano ante una situación así. A los cuatro días de su comienzo, el experimento estaba totalmente fuera de control.
Se empleó la violencia, la humillación y brillaba por su ausencia el sentido común. Lo que importaba allí era el poder, demostrar la supremacía de unos sobre otros pero aun flotaba en aquel enrarecido ambiente algo peor; hubo quien disfrutó con aquel juego tan cruel. Por fin se sentía respetado, por fin dejó de sentir vergüenza de sí mismo y comenzó a notar los placeres que le desveló una pizca de poder. Y qué dulces las mieles de sentirse importante, admirado e incluso temido. Ahora nadie se atrevería a burlarse de su mal olor corporal, de su fracasada vida sentimental y de su extraña y esquiva forma de ser; ahora además le obedecían. Qué mal lo debieron pasar, por ejemplo, Franco y Hitler durante la infancia, tuvo que ser realmente duro ser el blanco de todas las risas y rechazos para que decidieran pagarlo con millones de personas. Cuánta humillación soportarían todos aquellos "individuos" que necesitan pisar a una mujer para sentirse más hombres o aquellos componentes de cuerpos de seguridad que desatan su furia e irracionalidad contra inocentes porque nunca les enseñaron a hablar. A esto nos referimos, a que el ser humano no es malvado por naturaleza, sino que aprende a serlo y si encima cae en sus manos un poquito de poder, entonces sálvese quien pueda.
No importa lo pacíficos, extrovertidos, afables y en resúmen, normales que aparentemos ser. Nunca sabemos a ciencia cierta qué nos dictarán nuestras voces interiores en una determinada situación límite o lo que es peor, no tan límite. Y sobre todo, hay que tener mucho cuidado con nuestro propio comportamiento hacia los demás porque sin darnos cuenta estamos dejando un pequeño legado en cada persona que nos rodea y en un futuro actuarán de acuerdo con las experiencias acumuladas en su vida. Es decir, no vayamos jodiendo a nadie por ahí porque nunca se sabe si estamos entrenando a un malnacido para el futuro.
Pretendía acabar reflexionando sobre la inmensa precaución que debemos tener a la hora de otorgar a determinados individuos el uso "racional" de la autoridad pero me invade desde hace tiempo la ligera sospecha de que los gobiernos, máximos responsables de los cuerpos de seguridad del Estado, o quienes sean, eligen personal no demasiado inteligente, capaz de acatar órdenes sin apenas plantearse si son correctas o que disfrutan de lo lindo con el hecho de representar figuras de autoridad. Y si hay que soltar una hostia de vez en cuando y siempre que sea absolutamente necesario (percíbase el sarcasmo), pues se suelta. Si no lo vemos claro, recordemos incidentes acontecidos no hace mucho en Barcelona primero, luego en Madrid, también en Málaga y demás ciudades españolas levantadas contra el choriceo descarado que venimos padeciendo.
En fin, mucho ojo.

-El experimento. Oliver Hirschbiegel-

domingo, 19 de junio de 2011

Eterno resplandor de la mente inmaculada


Podría ver esta película un millón de veces. Este alentador homenaje a la torpeza y la grandeza de la condición humana. Nada importa con tal de amar, eso es lo que nos mueve, lo que nos hace caminar por la vida ilusionados, expectantes, apasionados por cada cosa que hacemos. No importa si sabemos de antemano que acabaremos por aborrecernos, nos caeremos mal incluso, nos molestará cada ínfima cosa que viene del otro, hasta el respirar. Eso es muy duro, es algo horrible. Sin embargo, nada de eso tiene importancia si existe la más mínima posibilidad de amar y ser amado, lo anterior se reduce a estupideces. Y no lo son, son gigantes monstruosos que nos convertirán en personas amargadas, malhumoradas e hirientes, siempre con el hacha a punto. Pero más gigante es el roce de unos dedos siguiendo la línea de tu espalda.
Es muy curioso el amor. Tan grande, arrollador, sobrecogedor, emocionante, que nos hace comportarnos como idiotas porque eclipsa nuestra capacidad de razonar, anulándola o nublándola transitoriamente. Pero tiene una fecha de caducidad, eso seguro y entre Kaufman y Gondry nos lo explican perfectamente y con mucho amor. Nos hacen pasar por todas las fases de una relación de la mano de Jim Carrey y Kate Winslet, la emoción que trae el comienzo porque todo es interesante, divertido, apasionante. Luego llega la confianza, el apoyo, el conocimiento mutuo, la seguridad. Y después, todos estos elementos se vuelven en contra. Conoces tanto a esa persona que sabes exactamente cómo reaccionará según qué ocasión o incidente, lo que dirá o callará, lo que pensará. Y eso te mata porque se torna aburrido, insoportable, ya nada te sorprende, nada se sale de lo común. El torbellino de la pasión, el nadar en el pensamiento de alguien que te encanta, el descubrir todos los días algo nuevo de esa personalidad, que te haga sentir como la genuina reina de los mares...todo eso pasa. Es doloroso pero supongo que es la manera en la que fuimos creados. ¿Para qué? Puede que para que no nos limitemos a dejar nuestra huella en una sola persona y viceversa, para que nos contagiemos y aprendamos de varias relaciones.En realidad, no lo sé.
Alguien me dijo no hace mucho que el amor eterno es imposible y el matrimonio, si lo pensamos bien, algo anti natura, cosa con la que estoy totalmente de acuerdo, aunque el razonamiento de esta idea me dejó varios días dándole vueltas a la cabeza. Me dijo algo como que el ser humano tiene su parte animal latente y que, aunque seamos civilizados, lógicos, etc., ese lado animal es una parte intrínseca y muy podersosa dentro de nosostros. Continuaba explicando que en el reino animal, la hembra elige al más fuerte, al que le inspira más fuerza y seguridad y entonces se exhibe ante él. A continuación, este la corteja, la monta, la preña y poco después se retira para repetir esto mismo con otras hembras. La finalidad, regenerar el mundo, algo absolutamente necesario. La hembra obtiene lo que buscaba, el hijo; el macho, también, el placer y la sensación de poder.
Pues por muy horrible que suene, y aunque me niegue a aceptar la extrapolación del caso animal al nuestro, tengo que admitir que tiene parte de razón. El ser humano no está hecho para vivir en pareja toda la vida, es algo totalmente anti natural. Pero claro, el mundo debe sobrevivir y la única manera de que esto pase es trayéndole hijos y para ello nos tenemos que juntar los machos y las hembras.
Es muy complicado. Los animales son mucho más simples, aunque no es justo que sea la hembra quien deba sacrificar su vida para criar a los hijos mientras el macho está por ahí preñando leonas como loco.
¿Y qué pasa si una hembra no siente la necesidad o las ganas de ser madre? ¿Qué pasa cuando prefiere aprovechar y vivir cada instante de su vida para ella misma; si no quiere emplear su existencia en legar a su criatura todo lo mejor que hay en ella, sino que prefiere seguir experimentando y enriqueciendo ese legado? ¿Es esto anti natura también? ¿Por qué nos hicieron libres si íbamos a tener la responsabilidad de regenerar nuestra raza?
Creo que he perdido el norte, volvamos a la película.
Lo que quiero decir con esta retahila existencial es que el ser humano aun a sabiendas de que hay una piedra en el camino con la que ya ha tropezado antes, volverá a ignorarla y se volverá a caer. Parece que esté diciendo que es estúpido pero nada más lejos de la realidad. Somos inteligencia pero también somos pasión y si antes de tropezar con esa piedra el camino nos depara sensaciones, alegrías, sentimientos y sorpresas no nos importará caernos una y mil veces. Porque de eso se trata el estar vivo, de sentirnos como tal.

Bendita unión de genios la de Charlie Kaufman y Michael Gondry, inmenso imaginario el vuestro. Por su parte, Gondry, siempre materializando sueños y pensamientos en imágenes. Qué maravillosa manera de dibujar el cerebro humano; los recuerdos, los miedos, las humillaciones. Joel quiso borrar a Clementine, porque ella lo hizo primero, porque sufría inmensamente y su huella no le dejaba respirar. Porque un corazón roto, la piedra en el camino, duele tanto que nos hace perdernos sin saber hacia donde ir y dejándonos sin hogar, ya que la otra persona se convierte en eso mismo.
El vacío se iba abriendo paso dentro de su mente, arrancándole a Clementine de cada rincón, porque ella estaba en todas partes. Él parecía no saber muy bien a lo que se enfrentaba porque, casi desde el primer momento en que empezó a perderla se arrepintió. Pidió, gritó y rogó conservar aquellos recuerdos, que pararan el proceso.
Todo esto lo acuerdan Michael Gondry, Charlie Kaufman y Pierre Bismuth en el guión para darles en la cara a todos aquellos que un día desearon poder erradicar a alguien de la memoria cuando el amor se esfuma y deja paso al dolor, y así poder ahorrarnos el sufrimiento. Pero no es posible y nos muestran que, aunque lo fuera, no querríamos borrar todo lo bueno que vivimos, los recuerdos más preciados de momentos únicos e íntimos, compartidos de la misma manera, lugar y hora con la otra persona. Joel se echó atrás de inmediato y ella, su más fiel compinche, le dio la idea de que la escondiera en recuerdos a los que no pertenecía. Aquellos técnicos de pacotilla seguían un mapa creado a partir de los objetos que le recordaban a ella, de la actividad que Joel experimentaba en su cerebro al verlos. Así que había que salirse de aquel mapa si no quería que la encontraran, y llevarla a rincones de su memoria ajenos a ella. Gracias a esto nos damos un paseo por la mente de un tío normal, más bien simplón a simple vista, tímido y huidizo, pero que guarda dentro de sí un mundo rebosante de sensaciones y recuerdos agradables, o como hubiera dicho él mismo, "nice". Sin darnos cuenta nos identificamos con él e incluso lo envidiamos por tener la suerte de poder sentirse de nuevo como un bebé al que su madre baña con tanto cuidado o volver a ser capaz de encontrar inmensamente divertido el saltar sobre los charcos y beber de la lluvia mirando al cielo. Es un saco lleno de sensaciones esta película, que se vuelca sobre nosotros para dejarnos con la impresión de haber tenido cien vidas, una por cada vez que hemos madurado un poquito más.
"Llévame a tu humillación" le dice Clementine notando que la encontraban, que se acercaban cada vez más, porque son recuerdos que enterramos profundamente en un intento de hacerlos desaparecer. Allí estaría segura del vacío que la acechaba. Clementine le habla, le dirige, le consuela, le anima, pero es la Clementine que vive en su mente, en sus recuerdos, una nueva y diferente que él extrajo de la real.
Qué manera tan ingeniosa de representar la mente humana, llena de frustraciones, impresones agradables, callejones sin salida, vaivenes, onirismos e incongruencias. Porque dentro de nuestra mente puede pasar de todo, cualquier cosa es posible. Esto que se lo digan al director. Nuestra imaginación no tiene límites y por eso, llovía sobre Joel estando en su salón o el coche se le llenaba de arena tras pasar por la playa en uno de sus recuerdos; o se veía atrapado en una calle viciada que no tenía salida mientras perseguía a la disparatada mandarina. Esa escena agobia muchísimo.

Para completar la historia nos presentan a varios personajes más, con papeles muy secundarios a la vez que imprescindibles. Ellos terminarán de formar este entramado de recuerdos, errores, aciertos, pero sobre todo, de intentos y nos dejarán claro entre todos que:
1. El amor no es para siempre, de hecho, no dura mucho. Pero es algo inmenso y nos encanta.
2. Lo anterior nos hará sufrir mucho.
3. Lo anterior no nos importa con tal de experimentar lo primero una vez más.

De nada servía borrar los recuerdos de una historia de amor porque no significaba que se pueda eliminar también la manera de amar de una persona o por quién se sentirá atraida una y mil veces por mucho que se borre una aventura ya acontecida.
Ahora, hay que admitir algo. La idea de tener una nueva oportunidad para empezar de cero resulta emocionante. Y si algo bueno tenía ese estúpido casco lleno de cables pensado para borrar recuerdos, era su capacidad de eliminar las aprensiones, rechazos, frustraciones y odios creados irremediablemente hacia la otra persona. Eso dejaba el lienzo en blanco para empezar a pintarlo desde el principio, algo genial.
Se volvieron a ver, se volvieron a gustar, se volvieron a acercar. Luego se percataron de que llegarían a ser infelices juntos, de que se dirían las palabras más crueles y aun así, se necesitaban y un unísono "vale" les bastó para empezar.

-Olvídate de mí. Michel Gondry-

jueves, 14 de abril de 2011

A prueba de muerte, no de hembras cabreadas


Querido Quentin:
Te pido perdón por no haber corrido al cine el día que se estrenó "Death Proof"; no sabes cómo lo siento. He tenido la desfachatez de esperar nada menos que cuatro años para verla, a pesar de la insistencia de todo el mundo; y además, lo he hecho gracias a una descarga gratuita de internet y en la pantalla de mi pequeño ordenador, un absoluto sacrilegio. No entiendo cómo he dejado fuera de mi imaginario, de mi conocimiento, ésta tu película, la que ayer vi por fin y la misma que ha ingresado directamente en el catálogo de oro de mis cintas favoritas.

Me siento como la descubridora más importante de todos los tiempos, esa que tan pletórica se tuvo que sentir al percatarse de que se había topado con algo único, mágico. Eso es exactamente lo que sentí al ver una de las más grandes joyas del mundo, irradiando vibrante energía, algo aparte. Se encontraba enterrada dentro de un amasijo de morbo, humor malo, viejas glorias del celuloide e interpretaciones intencionadamente mediocres, escondida, latente. Un tesoro que ya pertenece a los más valiosos de mi memoria. Se trata de un fragmento de tiempo, de un lugar, un momento único que dura unos veinte segundos y que me hace pensar que he encontrado la escena más perfecta y maravillosa en una película. Sé que suena exagerado pero juro que contiene un cúmulo de símbolos y sensaciones reminiscentes que la convierten en la que creo es la escena más increible que he visto. Hablo del fragmento de este peliculón en el que la hija de Sidney Poitier se funde con un maravilloso tema interpretado por los setenteros Smith, "Baby it's you"; potente, sensual y delicado al mismo tiempo, como ella. Lanzando al ambiente con cada golpe de melena un candente aroma compuesto de margaritas y whiskys, ahumante marihuana, salvaje extracto de ébano y rosas. Pura pasión desprendida por cada uno de los mechones que nos atrapan en su oscilación hipnótica y que no nos deja salir del pasmo ante esa incatalogable criatura. Es sencilla, breve y con los únicos, potentísimos y más que suficientes componentes que son la chica y su baile, la máquina de discos, elemento que se debate entre personaje secundario y protagonista de la primera historia, y una increible canción. Es como si, por un corto espacio de tiempo y gracias a la música, todos los espíritus que dejaron su legado de libertad, pasión, rebeldía y amor en el rock durante los 60 y 70 penetraran en ella a modo de posesión divina y la hicieran danzar inmersa en un trance.
La raza, el erotismo, el poder de esa guerrera parda, tan fiera y a la vez quebradiza; el corazón bombeando sangre vigorosamente, el rock. Fundida con la música como si ésta fuera gas frenesí que se cuela por sus poros para despedirlo de nuevo al aire concentrado de ese antro de pueblo tejano, con cada giro de su cuello. Ella es rock y rock es dulce instinto animal.

Si ya adoraba a este director ahora podríamos hablar de idolatría. Tarantino ama la música y el cine, y a mí me hace amarlos aun más todavía; pero él está a otro nivel y es tanto el amor que siente por estos dos pozos de inspiración que no puede evitar reverenciarlos, rodilla en el suelo, cabeza gacha y mano en el corazón, en cada película que hace. Tampoco puede remediar, en consecuencia, fundirlos en cada ocasión que se le presenta. No creo que conciba el rodar una película sin contar con una selecta y sopesada banda sonora. Le imagino escribiendo el guión, visualizando cada momento y situación mientras en su cabeza resuenan los temas que darán sentido y carácter a las historias. Por supuesto, la música no funciona como mero acompañamiento o accesorio de la acción sino que puede ser tan protagonista como Uma Thurman, Samuel L. Jackson, Harvey Keitel o Pam Grier. Van de la mano y eso, junto con otros miles de detalles, convierte las de Tarantino en incatalogables obras de un valor imposible de calcular. Un regalo para la imaginación y el espíritu.

Tiene gracia el hecho de que esta película, promocionada junto a la de Robert Rodríguez, "Planet Terror", como si fueran hermanas, pretendía ser un homenaje al cine de "Serie B". Ese en el que los actores no podían ser peores; no se sabía ya de dónde salía tanta sangre tan espesa y roja; los ridículos sobresaltos provocan la risa y amputaciónes y tías buenas sin dos dedos de frente están a la orden del día. Hay que estar en una liga superior para querer hacer una peli con estas características, extraer los componentes básicos de ese tipo de cine y que el resultado acabe siendo genial.
"Hagamos una peli en la que un chalado psicópata se dedica a cargarse a tías buenas, por supuesto, con su coche", decidió Tarantino tras darle muchas vueltas a eso de hacerle un tributo a la Serie B. ¿Quién carajo es capaz de sacar un peliculón así contando con las siguientes ideas: un especialista de cine retirado que usa su coche, a prueba de muerte, para asesinar chicas alegres y atractivas al sur de Estados Unidos? ¿¿Quién, si no él??
Pero claro, el enfoque es la clave. No se trata del psicópata, sino de las tías. Ellas son claramente el alma de la película. Sí señor, Mr. Tarantino nos ha regalado una peli pero que muy feminista. Aunque lo cierto es que casi siempre se apoyó en personajes femeninos para que hicieran las veces de vengadoras, supervivientes, triunfadoras, etc. en muchas de sus historias. Pero esta vez se ha salido del lienzo.
¿Cómo iban a imaginar "las princesas", como las llamaba el inteligente sherif pero sin sangre en las venas, que el cincuentón desfasado y salido como de la NASCAR que se atiborraba a nachos, iba a ser un despiadado asesino que haría de ellas mil pedazos inconexos y esparcidos por el asfalto? -No pude evitar sentir una punzada instantánea de hambre al ver a un resurgido Kurt Rusell devorando un tazón de nachos bañaditos en queso- Valiente desgraciado, que jugó con el orgullo herido de un "ángel" con el fin de sacarle su extracto más jugoso para, poco después, aplastarla con un gran yunque de hierro motorizado.
Consiguió de ella algo excepcional, sólo tocando las teclas adecuadas y aprovechando
un momento de debilidad. Logró que bailara para él, indigno, desplegando toda su esencia de mujer para alguien que más tarde la mataría. Ese es otro momento básico de la cinta, el baile sexy. Toda ella lo es, sexy, con carne sobre sus huesos, melena en libertad, caótica y espesa, preciosa. La barriga más sensual que he visto en una tía. Y claro, la canción. "Down in Mexico", que nos habla de un honky tonk mejicano en el que una mujer baila de una forma que jamás había visto el narrador y cómo tal, nuestra espontánea se deja poseer por el sentido y el erotismo de la canción; lenta, palpitante, seductora, haciendo de cada voluptuoso milímetro de su cuerpo, vestido sencillamente con una camiseta de algodón y unos cortísimos pantalones, un trampolín a la imaginación más lasciva. Pero su elegancia es infinita, su belleza comedida pero deslumbrante y su media sonrisa escalofriante.

No se ahonda en el personaje del asesino, no interesan sus motivos. Simplemente es una mosca que pulula por la verdadera acción relevante, curioseando, acechando. Se convierte en testigo y oyente de las infinitas y vanales conversaciones de los personajes, rasgo tarantiniano indudable, que nos hacen conocerlos más. Como en el bar donde comienza su acercamiento con "las princesas", observando cómo tres pringados intentaban vacilarle a tres mujeronas preciosas rezumando personalidad y juventud, aunque a la vez imperfectas, vulnerables y maleducadas.
Aunque eso sí, el Especialista Mike es quien provoca aquellos momentos decisivos de la trama, sobre todo en la segunda historia y sin él, no hay película.
Ay amigo, hasta dabas pena cuando esas tres "cabronas" a las que te atreviste a asustar más de la cuenta se volvieron contra tí. En la segunda historia nos dan en toda la cara con una de las persecuciones más trepidantes y alucinantes que se ha hecho en cine. No era la primera vez que Zoe Bell se llevaba algunas tortas por Quentin Tarantino, aunque siempre fue dando la cara por otra persona. Esta vez es ella misma, la gata agazapada al capó de un coche a doscientos por hora. La felina neocelandesa, a pesar de haber notado la muerte pasarle tan cerquita, no duda ni un segundo en darle la vuelta a la tortilla y convertir a las presas en cazadoras. Y cómo se lo pasan esas tres jugando a los coches de choque con piezas míticas motorizadas y viendo cómo el monstruo al volante se convertía en un cachorrito lloriqueante. Sí señor, qué gozada ver a esas tias, con unas agallas tan grandes que no les caben en las bragas, rebelarse contra ese pedazo de bicho misógino, que seguramente padecía serios problemas de erección.

Viva Tarantino y las mujeres que ha elegido como protagonistas, Dianas Cazadoras. Unas vencidas y otras vencedoras pero todas ellas tías excepcionales.
Mujeres a simple vista normales y corrientes, nada fuera de lo común aunque serían capaces de sacarte el corazón con las uñas si haces que se te vuelvan contra. Al menos así lo ve el director, quien por cierto sigue regodeándose en su admiración fetiche por los pies. Hace de las piernas de Jungle Julia un monumento durante toda la primera parte, tan largas y torneadas. El director se da la libertad y el gustazo de hacer mil planos principales con sus piernas, su trasero y el de todas las heroínas. Y por supuesto, no se aguanta las ganas de admirar constantemente los bellos pies de Julia y, más tarde, los de Abernathy (Rosario Dawson). Se le escapa a Quentin incluso un pequeño lametazo a través del Especialista Mike a uno de los dedos de los grandes y morenos pies que Dawson asomaba fuera del coche. Cuánto tuvo que disfrutar con los dedos de Salma Hayek dándole vueltas en la boca y gracias a su colega Rodríguez. Eso es un amigo y lo demás, tontería.

Se nota que te has quedado agusto Tarantino. Has hecho lo que te ha dado la gana, nos has dado coches, especialistas de cine y mundillo de Hollywood en general; te has puesto las botas con todos esos culos, pies de uñas cereza y kilométricas piernas; has puesto la música que has querido, como cuando uno impone la ley en su propio coche, "yo conduzco, yo pongo la música", y lo has seguido estrictamente al pie de la letra, tus coches y tu música. Le has dado un papel protagonista a esa especialista que tantas hostias se habrá llevado por tí, cosa que seguro le habrá hecho inmensamente feliz. Has recuperado a Kurt Rusell y le has convertido en un viejo con cierto atractivo pero muy chalado. Le has dado un papelito a la novia de tu amigo, aunque sólo para cargártela. Y claro, cómo no, has tenido un cameo como borrachuzo rodeado de mujeres en tu propia peli. En definitiva, has estado como en tu casa, no te has privado de nada, has hecho con esta película lo que te ha salido de las narices, ¿qué más quieres?
Ah! Claro, y encima nos ha encantado.

Y ya, por curiosidad, ¿qué pasó con la animadora?

-Death Proof. Quentin Tarantino-

sábado, 22 de enero de 2011

Los ojos que no gritaron el secreto


Auténtica, inteligente y madura. Ésta es una de esas películas que, sin darte cuenta, se te mete en la cabeza y mientras van pasando los días surgen nuevos detalles que recordar y admirar. Una de esas películas sostenida por una buena historia y, además, bien contada, llena de intriga, expectación, ternura, inteligencia e incluso humor.
Me doy cuenta de que cada vez es más difícil encontrarnos con una joya de este calibre. De ahí, supongo, todas las nominaciones y premios que muy merecidamente ha recibido, entre todos ellos, el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Desde luego, no me extraña en absoluto.
La trama es brillante, ágil y meditada, perfectamente estructurada y, además, interesante y adictiva. Pero hay que decir que sin el peso de sus protagonistas, absolutamente magníficos cada uno de ellos, no hubiera sido ni de lejos este diamante minuciosamente pulido por el artesano Campanella. Se respira calidad: en la trama, la manera de contarla, en los personajes y el montaje.
Descubrimos lo bello de esta mezcolanza compuesta por la tragedia de un asesinato, de un montón de vidas truncadas a causa de ello, y la presencia latente y silenciosa de un profundo amor casi echado a perder. Puede que suene al típico thriller policíaco, violento y con novela rosa de fondo pero "El secreto de sus ojos" es muchísimo más. Es una novela negra sostenida por el amor. El de Irene y Benjamín, el del viudo, quien ve su juventud y la belleza de un amor puro arrancados de cuajo; el de Sandoval por su mejor amigo, Benjamín,y por su querida botella, su gran pasión. "Uno puede hacer cualquier cosa para ser distinto; pero hay algo que no se puede cambiar y es de pasión", dijo Sandoval muy acertadamente en un punto de la trama. Él quiso parecer un pobre diablo pero no pudo ocultar su pasión, prefirió confesar que le encantaba emborracharse en ese antro y partirse la cara con cualquiera si hacía falta. Admitió que le apasionaba.
La guinda del pastel que es esta cinta la ponen los inteligentísimos y absurdos golpes de humor que surgen gracias al personaje de Guillermo Francella, un alcohólico empedernido aunque optimista, astuto e ingenioso.
Un rol agridulce que nos conmoverá y a la vez nos provocará auténticas carcajadas. Creo que este actor se merece una mención muy especial ya que, sin duda, me parece que sin él, a esta película le hubiera faltado una parte esencial, se hubiera quedado coja. Para mí, aunque su representación es secundaria, le añade a la historia la personalidad, la esencia y el carácter sorprendente y enternecedor. Me fascina cómo consigue alejarse del patetismo de ser un adicto al alcohol, de las situaciones que vive al tener que ser rescatado del bar, gracias a su ingenio y elocuencia, negándose por completo a renunciar a su dignidad. Además, siento repetir que consiguió arrancarme la carcajada más de una vez. Simplemente genial.

Ella, Irene, es una "mujer diez", fuerte, inteligente, trabajadora, sensible y valiente. Así que no me cabe en la cabeza por qué no tomó las riendas de su historia con Benjamín. En ella nos pintan a Espósito como el culpable del desperdicio de ese amor tan grande que se tenían el uno al otro. Pero tengo que decir (y si no, reviento) que tan culpable es ella como él. ¿Pánfilo? ¿Y qué eres tú? Una cobarde a la que paralizaba el miedo a quedarse sola, a dejar a ese novio al que ni siquiera quería y tener el valor de intentarlo con Benjamín. Cobarde y egoísta porque no se puede permanecer al lado de alguien al que no amas porque también dicha persona perderá su valioso tiempo viviendo de las crueles migajas de una vida falsa y mediocre. Cobarde porque prefirió estar mal acompañada que sola.
Él, Benjamín, hombre inteligente, tierno, huidizo, sincero pero asustado, implicado, bueno. El miedo le podía a sus inmensas ganas de aquella mujer; inexplicable.
Ambos fueron unos absolutos corbades y pusilánimes, unos pánfilos. Adivinando lo que sentían el uno por el otro, no eran capaces de decidirse a ser felices. Qué desperdicio.

Esta cinta habla por los codos, indaga en la condición humana y rezuma personalidad. Nos habla de hombres buenos que se enamoran de mujeres buenas, que las admiran y adoran, las colocan en un pedestal aunque tan alto que las creen inaccesibles. Estos personajes son decentes, listos, cuerdos y librepensadores. Y también nos dibujan el retrato de un monstruo, aquel que profanó el sagrado templo del cuerpo y la persona de aquella mujer buena. La rompió por fuera y por dentro, a golpes, a la fuerza, humillándola y dejándola a la altura de la nada. Esa bestia se atrevió a saquear y destruir la integridad física y moral de una mujer llena de luz. En la cinta, Liliana aparece rodeada por un manto de luz blanca, casi como una santa, dulce, cándida y hermosa, quien le había entregado el grandísimo regalo de su amor y su tiempo a un hombre mundanal, ningún hércules, sin condiciones, sólo porque fue digno de ella. Ni siquiera él podía creer que simplemente lo quisiera, así, sin más, por el simple hecho de ser como era, de ser él. Así hablaba el viudo de Liliana, como si fuera un ángel caido del cielo, la criatura más hermosa y buena de la tierra, su reina de los mares. Aquella misma que sería despedazada por una bestia oscura y destructiva, en un acto tan sobrecogedor, horrible, vergonzoso y cobarde como es una violación. Me sorprendió encontrar el acto de violar definido como "tener acceso carnal con alguien en contra de su voluntad o cuando se halla privado de sentido o discernimiento" y "profanar un lugar sagrado, ejecutando en él ciertos actos determinados por el derecho canónico". Al final, yo sólo entiendo que es profanar el sagrado cuerpo y voluntad de una mujer, actos dignos de un monstruo.

Una vida llena de nada. Esa es la conexión entre todos los personajes, además del asesinato en sí, las vidas personales de los protagonistas tienen eso en común; los recuerdos agarrados, fundidos irremedialemente a sus personas, sin dejarlos seguir adelante aunque lo intentaran, como un ancla que los deja paralizados en medio del mar. Suspendidos en un limbo hecho escaparate en el que sólo observan la vida pasar por culpa de un lastre que les dejó llenos de nada. Porque la cabeza nunca para, de pensar, de torturarnos. ¿Qué hubiera pasado si...? Ahora sería diferente, sería como yo quiero que sea; debería haberlo hecho, debería haberlo intentado. A eso se refería el viudo con tener mil pasados y ningún futuro. Pensamientos que son capaces de volvernos locos y colmarnos de amargura.
Benjamín no podía parar de pensar; en Liliana, en Irene, en Sandoval y en el monstruo. El viudo sabía perfectamente lo que era estar no muerto, pero vivo tampoco y no quiso que Benjamín dedicara su vida a algo que le llevaría a nada, a desperdiciar su vida, más todavía. Quiso impedir que siguiera buscando.

"El secreto de sus ojos" es, además, una película genuinamente argentina. En realidad, la obra inspiradora lo es, "La pregunta de sus ojos", de Eduardo Sacheri. Tenemos en todo este amasijo de ingredientes una de las marcas más auténticas que podían decir a voces quién es Argentina: la fiebre del fútbol. Incluye una de las escenas más alucinantes que he tenido el placer de ver en una película. Una persecución trepidante y angustiosa, y a la vez, asombrosa cuando casi podemos ver al "pelusa" Maradona atropellando a nuestro asesino en mitad de un partido de la selección. Tremenda escena.

También encontramos el componente amargo, ya que vamos a considerar esta obra como una gran receta casera. La despedida en la estación de tren. Puede resultar típica pero nunca falla. El momento del adiós, la sensación de desarraigo, de que se está perdiendo la vida, de la pérdida. El contexto es perfecto, una clásica estación de tren en la que alguién se va y otro alguien se queda tras el momento más íntimo que llegan a tener esos individuos. El momento más emocionante y también el más triste. ¿Por qué no se tiró del tren? O puestos a ser algo menos drásticos, ¿por qué no se bajó en la siguiente estación y tomó un tren de vuelta? ¿Por qué tanto miedo? ¿A qué?
Qué lástima.

El final es digno de una clásica novela negra: rotundo, estremecedor, definitivo, que lo resuelve todo, que pone paz por fin a esta complicada trama pero que, a la vez, nos hace temer la naturaleza humana. Hasta la persona más buena de corazón puede envenenarse a sí mismo, desarrollar su lado más inhumano a causa de su propia bondad, del amor que sentía por esa mujer y el daño que le hicieron al arrancársela de cuajo. Y debido también a su incapacidad de perdonar, de olvidar o simplemente a la ausencia de instinto de supervivencia; se rindió al rencor, al deseo de venganza y decidió dedicar su vida entera, un regalo que debemos agradecer viviendo, a hacer pagar a otra persona el daño que un día provocó. Quizá hizo un favor a otras personas quitando de la circulación a ese poderoso peligro, pero también pudo que impidiera que el destino mismo siguiera su curso natural.
"Pídale que aunque sea me hable" imploró la criatura oscura inmerso en una cansada desesperación. Eso no era una cadena perpetua personal, era tortura. El hombre bueno se convirtió en un monstruo y el monstruo sacó su lado más humano.
En cualquier caso, todos estos personajes terminaron siendo personas que permanecieron atrapados en un estado de sitio emocional aun teniendo millones de oportunidades para jugar sus cartas en la vida, un limbo por voluntad propia. La cabeza no para, los recuerdos, los pesares, creer que miras adelante y lo que en realidad haces es intentar no ver la realidad, el lienzo completo, con las cosas que nos agradan y las que no. Eso no es mirar hacia delante, es un velo opaco ante los ojos. Hay que resolver los conflictos para continuar, si se quedan a medias no nos dejan nunca, mucho más si son grietas tan profundas como las de nuestra película.

Hay un detalle que me enamoró y del que no me dí cuenta la primera vez que vi esta obra. Se despertó Benjamín súbitamente en mitad de la noche y se apresuró a escribir unos caracteres en un trozo de papel. Se podía leer: TEMO. Al final de la historia, después de que Irene lo leyera y le preguntara qué temía, él añadió una letra más a esa composición tan maravillosa. TE AMO, fue el resultado.
La máquina de escribir que desahució y que, más tarde, recuperó ilusionado, no tenía la "a"; era lo que le faltaba, su imperfección, por eso nadie quería usarla, no servía, esteba incompleta. Era como si a él también le faltara algo para tenerlo totalmente claro y arriesgarse de una vez. Le faltaba la "a", carajo. Y después de todas las dudas, los miedos, las inseguridades, los años perdidos, sólo hicieron falta unas pocas palabras para solucionarlo de una vez.
Un broche de oro: la ansiada resolución del misterio y de la suspendida historia de amor. Mejor dicho, un portazo de oro.

-El secreto de sus ojos. Juan José Campanella-