Cine, cuna de soñadores

Bienvenidos cinéfilos, apasionados y soñadores a este modesto blog.
Espero que, al menos, les haga tener más sed de cine.

lunes, 22 de abril de 2013

Los chicos están bien. No se drogan, que ya es mucho.

Papá y mamá; mamá y mamá; papá y papá, o papá y la tita después de que mamá falleciera (una interesante veda abierta por "Médico de familia"); ¿qué más da, si los hijos se les van a idiotizar igualmente al llegar a la adolescencia? Como a todos. Se van a emborrachar, contestarán sin piedad a unos padres desorientados, van a creer que saben más que nadie, que ya son adultos sólo por alcanzar la mayoría de edad. Empezarán a romper reglas, a admirar a los iconos equivocados, a vivir cada ínfima cosa que les pase como si fuera lo más intenso del mundo. Se acostarán con quien no deben, o con quien deben pero sin cuidado, o demasiado pronto. Como todos. Y eso es precisamente lo mejor de la película, que por una vez parece que se ha contado una historia que reivindica o manifiesta la normalidad en las vidas de las parejas homosexuales, ¡sin hacerlo en realidad!
-Explícate, mona-
Los chicos están bien es una película que habla sin gritar, relata con mucha tranquilidad y naturalidad los acontecimientos que les van sucediendo a una familia, con dos madres y dos hijos. Se podría decir que sólo expone el ámplio retrato de sus miembros con la excusa de un enredo bastante caótico, por supuesto sexual, además de familiar. Es decir, que la película rehusa vocear a los cuatro vientos que las parejas gays tienen derecho a casarse, tener hijos, un  perro y una hipoteca (que por otro lado, hay que tener ganas), sino que simplemente nos abre una ventana a la vida diaria de estas personas:
amor, roces, enfados, cuernos, esfuerzo, disciplina, miedos, complejos, celos y cariño. Sobre todo, cariño.
Pues eso, como todos, como todas las familias con padre y madre, madre y madre, padre y padre o padre y tía (hermana de tu madre fallecida. Vamos, Lidia Bosh).
Se van a pelear igual, se van a dar pellizcos en el culo durante el desayuno después de una noche romántica, van a mantener a los hijos a raya o lejos de las rayas, se harán los modernos delante de los más jóvenes, quitarán las manchas imaginarias de las caras de sus hijos a golpe de saliba y preguntarán adónde vas, con quién vas y cuánto tiempo te vas. Como todos, absolutamente como todos los demás.
Así que, ¿qué más da? Si los chicos están bien, lo demás no importa.

-Los chicos están bien. Lisa Cholodenko -

martes, 9 de abril de 2013

No es ciudad para ingenuos

"Todo el mundo me está hablando
no oigo una palabra de lo que dicen
sólo los ecos de mi mente.
La gente parada y mirando
no puedo ver sus caras
sólo las sombras de sus ojos..."

Harry Nilsson lo explicaba de manera muy sencilla, algo figurativa y simbólica, pero al fin y al cabo, transmitiendo la esencia de lo que era vivir en una gran metrópolis. Ríos de gente, personas de carne y hueso, vivas, que se mueven por la ciudad sin tener el mínimo contacto humano con aquel que pasa por su lado. Todos hablan y miran, pero nadie dice ni ve nada. Es la deshumanización de las grandes urbes, sea la que sea.
Son demasiados en número y limitado el espacio que compartir así que, a nadie le temblará el pulso si tienen que echarte a la cuneta en beneficio de la propia supervivencia. En definitiva, una jungla en la que habrá que defenderse en la mayoría de los casos y pelear con uñas y dientes en algunos otros.

Nueva York, la gran ciudad por excelencia, donde todos tus sueños se pueden hacer realidad, donde las oportunidades caen del cielo y únicamente hay que estirar el brazo y agarrar una para triunfar. "El Sueño Americano", maravilloso, flamante, de una belleza tan cegadora que solamente una vez se está al borde del abismo vuelve a nuestros ojos la cordura. Muchas películas desde los años 60 se encargaron de desmitificar, o más bien, destripar al sueño americano: una bonita mentira que empezó a desmoronarse más o menos después de la Guerra de Vietnam. Sueños rotos esparcidos por cada rincón de Estados Unidos y en mitad de todos ellos, trayendo sabia nueva a la ciudad, aparece el bellísimo e inocentísimo Joe Buck, totalmente preparado y listo para la lluvia de desesperanzas que le caerá encima.
Pronto se dará cuenta de que más que perseguir sus sueños y buscar el éxito y la fama, deberá despabilarse lo antes posible, dejar de ser el jovencito risueño, cowboy de pueblo, y empezar a buscarse la vida. Todavía Joe tendrá una ínfima oportunidad con la ayuda del gran superviviente de nuestra película, Rico Razzo, interpretado por Dustin Hoffman, por el que me quitaría el sombrero si lo tuviera (el tejano, claro). Su personaje, el más maltratado de la trama, engullido, masticado y escupido por la alucinante Nueva York.

Espero que, ahora que tantos de nosotros nos estamos marchando de nuestros pueblos, nuestras ciudades, ambientes familiares y lugares seguros, no nos pillen tan desprevenidos las grandes urbes del mundo. A sacar las uñas se ha dicho, ahora toca sobrevivir.






-Cowboy de Medianoche. John Schlesinger-