"Todo el mundo me está hablando
no oigo una palabra de lo que dicen
sólo los ecos de mi mente.
La gente parada y mirando
no puedo ver sus caras
sólo las sombras de sus ojos..."
Harry Nilsson lo explicaba de manera muy sencilla, algo figurativa y simbólica, pero al fin y al cabo, transmitiendo la esencia de lo que era vivir en una gran metrópolis. Ríos de gente, personas de carne y hueso, vivas, que se mueven por la ciudad sin tener el mínimo contacto humano con aquel que pasa por su lado. Todos hablan y miran, pero nadie dice ni ve nada. Es la deshumanización de las grandes urbes, sea la que sea.
Son demasiados en número y limitado el espacio que compartir así que, a nadie le temblará el pulso si tienen que echarte a la cuneta en beneficio de la propia supervivencia. En definitiva, una jungla en la que habrá que defenderse en la mayoría de los casos y pelear con uñas y dientes en algunos otros.
Nueva York, la gran ciudad por excelencia, donde todos tus sueños se pueden hacer realidad, donde las oportunidades caen del cielo y únicamente hay que estirar el brazo y agarrar una para triunfar. "El Sueño Americano", maravilloso, flamante, de una belleza tan cegadora que solamente una vez se está al borde del abismo vuelve a nuestros ojos la cordura. Muchas películas desde los años 60 se encargaron de desmitificar, o más bien, destripar al sueño americano: una bonita mentira que empezó a desmoronarse más o menos después de la Guerra de Vietnam. Sueños rotos esparcidos por cada rincón de Estados Unidos y en mitad de todos ellos, trayendo sabia nueva a la ciudad, aparece el bellísimo e inocentísimo Joe Buck, totalmente preparado y listo para la lluvia de desesperanzas que le caerá encima.
Pronto se dará cuenta de que más que perseguir sus sueños y buscar el éxito y la fama, deberá despabilarse lo antes posible, dejar de ser el jovencito risueño, cowboy de pueblo, y empezar a buscarse la vida. Todavía Joe tendrá una ínfima oportunidad con la ayuda del gran superviviente de nuestra película, Rico Razzo, interpretado por Dustin Hoffman, por el que me quitaría el sombrero si lo tuviera (el tejano, claro). Su personaje, el más maltratado de la trama, engullido, masticado y escupido por la alucinante Nueva York.
Espero que, ahora que tantos de nosotros nos estamos marchando de nuestros pueblos, nuestras ciudades, ambientes familiares y lugares seguros, no nos pillen tan desprevenidos las grandes urbes del mundo. A sacar las uñas se ha dicho, ahora toca sobrevivir.
-Cowboy de Medianoche. John Schlesinger-
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