Cine, cuna de soñadores

Bienvenidos cinéfilos, apasionados y soñadores a este modesto blog.
Espero que, al menos, les haga tener más sed de cine.

lunes, 6 de diciembre de 2010

La escafandra y la mariposa: somos pasión


Encerrado en la escafandra, en su propio cuerpo. Ansioso por vivir, por ser, por existir. Olvidémonos del “pienso, luego existo”; sí, pensamos, luego estamos aquí, presentes, latentes, pero no existimos si es únicamente con el pensamiento.
¿Qué hay de las acciones, consecuencias inmediatas de los deseos y los impulsos? Me parece imposible existir sin llevar a cabo todo aquello que me mueve por dentro; todas esas estupideces, sinsentidos, bondades y automatismos que escupimos desde lo más profundo día a día. El ansia por formar parte de este mundo caótico, castigado y castigador, cruel, pero que nos da todas las oportunidades para ser libres de practicar en su tablón de juego todo aquello que deseemos. Y sí, todo, con sus correspondientes consecuencias, nadie dijo que no, al contrario; son esas consecuencias las que nos hacen lamentarnos o alegrarnos de aquello que hicimos, la respuesta a nuestras acciones, las que nos obligan a ir aprendiendo una lección ilimitada, porque el ser humano, en su viaje por la vida, jamás deja de aprender. Somos el recipiente infinito de experiencias y saberes que, al tiempo que se va llenando, va derramándose a cada paso que damos, compartiendo sin verdadera intención.
Jean-Dominique Bauby supo lo que era vivir: amar, gozar, sufrir, arriesgarse, equivocarse, sentir.
Hemos podido ser él, hemos estado dentro, presos de esa pesada y estrecha escafandra. Ha sido durante muchos momentos angustioso, realmente agobiante, pero también hemos notado las frescas caricias de la brisa frente al faro uniformado de blanco y rojo. Nos han bañado manos extrañas, nos han considerado un ser inanimado y sin vida. Nos han obligado a guiñar el ojo izquierdo tantas veces que hemos llegado a asimilarlo como única forma de ser. ¿Y cómo ser si no mostramos lo que llevamos dentro? ¿Cómo lo mostramos si no es comunicándonos? ¿Cómo comunicarnos si carecemos de lo que nos parece algo tan simple e intrínseco a la existencia como el habla, la capacidad de escribir, de gesticular, cualquier recurso que solemos utilizar para expresarnos, para ser?
¿Qué somos, si no lo que nos mueve por dentro? Las inquietudes, los deseos, los impulsos, los sentimientos, la pasión. Si nos llenan por dentro y somos incapaces de llevarlos a cabo, de darles salida ¿qué somos? Un cúmulo de vida en ebullición que acaba por enquistarse e infectarnos de tristeza y frustración.
Nuestro hombre sólo tenía un método, una sola herramienta para ser: el parpadeo de su ojo izquierdo. Una ventana angosta aunque profunda que nos lleva a un universo único y especial, la naturaleza de una persona, su ser, su mundo interior. Una grieta llena de luz y oscuridad, de movimiento, de decepción, miedo y desesperación, pero a la vez de ilusión, de espectante curiosidad y esperanza. Una guarida sin fondo ni límites capaz de soñar con besos que saben a ostras, con levantarse de un amasijo de metal y ruedas para fundirse con los cálidos labios de una dama de la realeza francesa.
Se encontraba encerrado, cautivo, pero su imaginación volaba como la mariposa, tan real, bella y efímera, dejándonos ver la colorida fosa que había dentro de la escafandra, inerte, húmeda, rígida y rebosante de agitada vida.

Bauby, se convirtió en mero espectador de la vida, observador de una película macabra y absurda que se le antojaba una pesadilla demasiado real, de esas que te invaden a causa de una mala digestión a la hora de la siesta. Desgraciadamente no era ningún mal sueño, era lo que le esperaba como forma de vida tras sufrir una embolia masiva y que le dejaría cautivo de su propia piel. "Usted padece de lo que llamamos síndrome de cautiverio", le dijeron con mucho tacto, eso sí, pero como quien diagnostica unas anginas, sin imaginar ni por asomo lo que conllevaba: la reducción de la existencia propia a unas tristes migajas del pastel, la reclusión a una butaca coja y estrecha de un teatro con los días contados.
Sin embargo, lo más fascinante de esta cinta es que, a pesar del telón de fondo indiscutiblemente trágico, se trata de un absoluto canto a la vida. Nos dice a gritos lo bello que es vivir y lo hace a través de los sueños y recuerdos de este hombre magnífico. Puede resultar típica esta reflexión pero no le falta autenticidad: vivamos todo lo que podamos porque nunca se sabe hasta cuándo disfrutaremos de ese privilegio. Que el miedo no nos paralice, que no nos corte las alas. Lamentemos aquello que no hicimos y no a lo que sí nos atrevimos aunque el resultado fuera catastrófico. Al menos, lo intentamos. Eliminemos de nuestro repertorio ese tortuoso "¿qué hubiera pasado si...?" y comprobémoslo. Cerciorémonos aunque hagamos el ridículo más espantoso, aunque nos busquemos enemigos, aunque pasemos una semana lamentándolo. Pesa más la pena de perder una oportunidad que la de haberla aprovechado aunque el resultado no fuera el que esperábamos, de eso estoy segura. Porque la mayoría de oportunidades aprovechadas darán un furto maravilloso, puro caramelo.

Gracias Julian Schnabel por este regalo para los sentidos, la imaginación, la conciencia y el alma. Gracias de veras.

-La escafandra y la mariposa. Julian Schnabel-