Cine, cuna de soñadores

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jueves, 22 de septiembre de 2011

Poesía para la autodestrucción


La poética Fight Club. Filosófica. Tan genial que hace que me pregunte de qué cabeza sale una historia así o pensar que su creador se encuentra a otro nivel de inteligencia y transgresión. Desde luego ha sido todo un regalo para esta noche aburrida, desvelada y repleta de morralla televisiva. A punto estaba de tirar la toalla y perder la fé en la humanidad cuando, de repente, aparece como caído del cielo el nombre de Helena Bonham Carter en una tipografía y con una melodía de fondo tan características que han dibujado una sonrisa en mi cara de inmediato. El Club de la Lucha, sí señor. La verdad es que últimamente las noches están que se salen; Pulp Fiction, Matrix, Fargo y nada menos que Jackie Brown aunque por la mañana esta vez, doble gozada.

"No somos especiales, somos la mierda andante y danzante de este mundo. Evolucionemos, autodestruyámonos". Ahora lo entiendo, lo hice cuando hablaba de plantar maíz sobre el asfalto ya inútil y de trepar por gruesas lianas adheridas a los rascacielos. Destruyamos el absurdo y esclavizante mundo que nosotros mismos hemos creado y empecemos de nuevo a vivir como seres humanos libres y autosuficientes. Aunque para ello debemos liberarnos nosotros mismos de aquello a lo que nos hemos atado, cosas que creemos de vital importancia en nuestras vidas y no lo son. Mascarillas de pelo, zapatos, lámparas de diseño, televisión de pago, teléfonos móviles que te sacan hasta del último apuro que uno se pueda imaginar. Cosas, objetos inanimados que nos someten a un día a día basado en la dependencia que nosotros mismos nos hemos impuesto.

Es curiosos como una película te puede llevar a la cuestión, ¿cómo hemos llegado a esto? ¿En qué momento la raza humana empezó a convertir objetos e ideas sin el más mínimo significado ni importancia reales en necesidades básicas? Y soy la primera en reconocer que si me quitan internet me quitan la vida.
El club de la lucha parte de una idea sublime, es un acto de amor destructivo, es asquerosa y violenta y es dulce poesía recorriendo nuestros sentidos. Es la utopía más preciosa que jamás se ha pensado y me doy cuenta ahora, la tercera vez que la he visto. Ya me pareció brillante la segunda, porque la primera no la entendí del todo, para ser sincera. Pero esta vez tenía todos mis sentidos puestos en la historia y he disfrutado cada detalle intencionado, cada calculada frase pronunciada en su exacto momento. Desde que aparecía un extraño flash con la figura de Brad Pitt anunciando que el cambio se estaba produciendo, como en las proyecciones cinematográficas, hasta cuando se vio que los protagonistas (persona real y alterego) tenían todo su pasado en común a pesar de ser la noche y el día. Comedido, aburrido, trabajador, consumista, acomodado, cobarde, atrapado y convencido de esa sociedad en la que participaba cada día sin rechistar. Pero no podía dormir, algo iba mal, no encontraba paz, así que recurrió a alguien que fuera todo lo que él no podía ser. Más bien, lo inventó para que le sustituyera o estuviera con él para hacer todo lo que ansiaba y no era capaz de llevar a cabo por sí solo.

Un club para luchar. Aquello no era un club clandestino de boxeo, ni servía para demostrar quién era el más fuerte o ganar mucho dinero. Allí se iba a tocar fondo, a librarse de todo el lastre que poco a poco nos vamos echando a la espalda durante nuestra inmersión diaria en la sociedad. El fin era despojarse del valor, la hombría, la ira y cualquier cosa que podamos relacionar con una pelea y estar dispuesto a recibir un buen puñado de hostias y entonces, de ese modo, experimentar humildad. Este era el paso que hacía falta dar para que, desde lo más bajo de la condición humana, liberados de pretensiones, orgullos y dignidades postizas, surgiera un proyecto de corazón y sincero de autodestrucción.
Dicho proyecto o misión perseguía devolverle a la humanidad la libertad de ser quienes quisieran ser, de empezar de nuevo, de elegir. Al principio sería un shock total, está claro. El caos más absoluto se apoderaría de nosostros dando paso a la histeria, el pánico y la desorientación. ¿Qué haremos ahora sin nuestro coche, nuestra casa, nuestra tarjeta de crédito? Los ahorros de nuestra vida, esos por los que tantas veces hemos agachado la cabeza; ¡no ha servido de nada el sacrificio! Anda, pero si es lo que ya ocurre cuando un gobierno se pasa de listo y no sólo se juega tus bienes sino que además, los pierde sin ningún reparo.
Pero, volviendo a la hipótesis, a la posibilidad de que pasara de verdad, es seguro que en un periodo de tiempo indefinido encontraríamos la manera de seguir adelante, es más, de empezar de nuevo y dejar atrás el patético, injusto y ya de por sí autodestructivo mundo que hemos construido. Nuestros cimientos por desgracia son el expolio, la opresión y el abuso de poder; nuestro desarrollo, la explotación de recursos naturales agotables, tesoros adquiridos a cambio de nada y en los que nos cagamos incesantemente, y un bonito modelo de sociedad de bienestar en el que no sabríamos hacer ni la O con un canuto sin la ayuda de un electrodoméstico o de Google.

Hace tiempo, dándole vueltas a esto del mundo en el que vivimos, el mismo en el que existo más o menos feliz y que a veces me parece un auténtico estercolero lleno de cucarachas, se me ocurrió que la única solución era reiniciarlo. Me refiero a que está tan podrido, tan corrompido ya que lo único que se puede hacer con él es sacrificarlo para así darle una nueva oportunidad. Ya sé que es algo horrible y no es que yo quiera que desaparezcamos todos pero sí pienso, admito más bien, que nos lo tenemos merecido por creernos más listos y más especiales que nadie. "No somos especiales, somos la mierda andante y danzante de este mundo". Ahora sé que sifnifica que a menos que empecemos a ser humildes, estamos condenados a ser individuos fácilmente controlados y en definitiva, esclavos que se creen con una inteligencia superior. Eso sí que es triste y denigrante. Pues bien, tanto darle vueltas y resulta que ya se me habían adelantado buscando una solución simplemente perfecta, tan transgresora y bella que se ha convertido para mí en la utopía mejor planteada de todo el universo. De tal modo que llega a parecernos incluso realizable (tomo aliento).

Ahora sólo necesito el valor de despojarme de todas mis cosas, de las rutinas que hay en mi vida dependientes del uso de recursos creados por la sociedad moderna; tomar conciencia de quién soy y de qué es lo realmente necesario para vivir como un ser humano; y perder el enraizado miedo a cada peligro u obstáculo que pueda surgir en el transcurso de la vida. O eso o a Brad Pitt.

-El club de la lucha. David Fincher-

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