Cine, cuna de soñadores

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viernes, 16 de septiembre de 2011

Aquí mando yo


"Sólo obedecía órdenes". Esta es la inocente afirmación tras la que se excusaron la mayoría de los dirigentes nazis durante los juicios por crímenes contra la Humanidad, al escuchar la constante pregunta "por qué". ¿Por qué? ¿Por qué toda esa esa violencia, humillación, deshumanización y ensañamiento? A lo que casi todos respondieron que eran sólo unos mandados. Uno de los más destacados fue Adolf Eichmann, alto responsable del Holocausto y condenado a muerte en Jerusalén durante los años 60. De acuerdo con un trabajo de Paula Sayavera (Kind Sein Magazine), Eichmann expresó su sorpresa ante el odio que le mostraban los judíos, afirmando que él sólo había obedecido órdenes, y que obedecer órdenes era algo bueno. Se demostró durante el juicio que era un hombre normal e incluso aburrido, que no tenía nada en contra de los judíos.
¿Dónde está la línea entre la sumisión, la obediencia y el cuestionamiento de las cosas que pasan a nuestro alrededor? ¿Hasta que punto debemos obedecer sin rechistar y delegar la responsabilidad de nuestros actos en aquel que nos los ordena? Perdonen pero no, la mano ejecutora es la nuestra.
Para no perder la tónica general, ya me he ido por las ramas. "El experimento" es la cinta que hace brotar todas estas preguntas a la vez que dudas y, por qué no admitirlo, miedo también. En realidad es auténtico pavor al comprobar que cualquiera, da igual lo normal que parezca, divertido, tímido o extrovertido, bondadoso, cualquiera es capaz de exponer su lado más inhumano, cruel y sanguinario. De ahí el pavor, porque eso significa que todos lo llevamos dentro, latente, callado e imperceptible; o lo que es más fácil de entender, no se necesita tener un aspecto monstruoso para que el monstruo exista. Sólo necesitamos vernos inmersos en una serie de circunstancias extremas, que supongan algo radical y totalmente desconocido a lo que estamos acostumbrados, que mantenga en vilo nuestra integridad, supervivencia o tan sólo nuestra imagen hacia los demás. Entonces, sólo entonces, veremos de qué somos realmente capaces. Creemos que nos conocemos, que sabemos nuestros límites pero esta película nos hace ver que no es cierto y esto sucede en ambas direcciones; me explico. No sabemos hasta qué punto somos capaces de aguantar una humillación, hasta cuándo seríamos capaces de someternos a la voluntad de otra persona, hasta que lo experimentamos. Los mismo sucede en el caso de la autoridad. No tenemos ni idea de hasta dónde podríamos llegar con algo de liderazgo y poder en nuestras manos. ¿Cuál sería el límite si nos dan permiso para usar ciertos métodos autoritarios sobre un grupo de personas con el simple e inofensivo fin de mantener el orden entre ellos? ¿Seríamos capaces de pegar? ¿Vejar a alguien? ¿De matar?
Dios santo, no, ¿qué somos, animales? Sin embargo, algo nada grave ni malintencionado si podríamos hacer para lograr un poco de respeto, sólo para que aprendan que deben ser obedientes y pacíficos, no pretendemos que sufran ni nada parecido. Digamos que simplemente les rapamos la cabeza. Es algo completamente indoloro y reversible, en dos semanas estará como siempre. Qué ínfima es la línea que separa a la persona del monstruo. De eso nada. Son actos que a simple vista no tienen mayor importancia pero sí que la tienen. Son retorcidas, inteligentes y muy antguas las técnicas que ayudan a mermar la personalidad de alguien, en este caso, su indentidad. ¿Por qué pensamos que rapan a los soldados cuando ingresan en el ejército; o por qué lo harían en los campos de concentración nazis? ¿Y qué hay de Guantánamo? Sólo son algunos ejemplos pero muy representativos. La respuesta es que, de esta manera, se está violando su derecho al libre desarrollo de la personalidad, afectando a su dignidad humana. Así es mucho más fácil hacer que alguien se torne sumiso, quitándole sus señas de identidad, ya que estas son las que le dan fuerza para reafirmarse y resistirse. En cambio, si no te reconoces, si estás confundido en cuanto a quién eres, si te ves parte de una masa uniforme y alienada te será mucho más difícil cuestionarte si las cosas no deberían ser así. Y este es sólo un ínfimo ejemplo del interminable abanico de posibilidades creadas con el objetivo de acabar con la dignidad, la inteligencia y el carisma de una persona para convertirla en una criatura dócil y fácilmente manipulable.
Se repartieron los roles, y no creo que de manera azarosa, entre ese grupo de hombres normales, ociosos y civilizados. Seis de ellos serían los guardias de esa cárcel de juguete y el resto, unos diez o doce, los presos. Sólo se trataba de mantener el orden y claro, observar las reacciones de todos. En definitiva, se estaba realizando un estudio sobre el comportamiento humano ante una situación así. A los cuatro días de su comienzo, el experimento estaba totalmente fuera de control.
Se empleó la violencia, la humillación y brillaba por su ausencia el sentido común. Lo que importaba allí era el poder, demostrar la supremacía de unos sobre otros pero aun flotaba en aquel enrarecido ambiente algo peor; hubo quien disfrutó con aquel juego tan cruel. Por fin se sentía respetado, por fin dejó de sentir vergüenza de sí mismo y comenzó a notar los placeres que le desveló una pizca de poder. Y qué dulces las mieles de sentirse importante, admirado e incluso temido. Ahora nadie se atrevería a burlarse de su mal olor corporal, de su fracasada vida sentimental y de su extraña y esquiva forma de ser; ahora además le obedecían. Qué mal lo debieron pasar, por ejemplo, Franco y Hitler durante la infancia, tuvo que ser realmente duro ser el blanco de todas las risas y rechazos para que decidieran pagarlo con millones de personas. Cuánta humillación soportarían todos aquellos "individuos" que necesitan pisar a una mujer para sentirse más hombres o aquellos componentes de cuerpos de seguridad que desatan su furia e irracionalidad contra inocentes porque nunca les enseñaron a hablar. A esto nos referimos, a que el ser humano no es malvado por naturaleza, sino que aprende a serlo y si encima cae en sus manos un poquito de poder, entonces sálvese quien pueda.
No importa lo pacíficos, extrovertidos, afables y en resúmen, normales que aparentemos ser. Nunca sabemos a ciencia cierta qué nos dictarán nuestras voces interiores en una determinada situación límite o lo que es peor, no tan límite. Y sobre todo, hay que tener mucho cuidado con nuestro propio comportamiento hacia los demás porque sin darnos cuenta estamos dejando un pequeño legado en cada persona que nos rodea y en un futuro actuarán de acuerdo con las experiencias acumuladas en su vida. Es decir, no vayamos jodiendo a nadie por ahí porque nunca se sabe si estamos entrenando a un malnacido para el futuro.
Pretendía acabar reflexionando sobre la inmensa precaución que debemos tener a la hora de otorgar a determinados individuos el uso "racional" de la autoridad pero me invade desde hace tiempo la ligera sospecha de que los gobiernos, máximos responsables de los cuerpos de seguridad del Estado, o quienes sean, eligen personal no demasiado inteligente, capaz de acatar órdenes sin apenas plantearse si son correctas o que disfrutan de lo lindo con el hecho de representar figuras de autoridad. Y si hay que soltar una hostia de vez en cuando y siempre que sea absolutamente necesario (percíbase el sarcasmo), pues se suelta. Si no lo vemos claro, recordemos incidentes acontecidos no hace mucho en Barcelona primero, luego en Madrid, también en Málaga y demás ciudades españolas levantadas contra el choriceo descarado que venimos padeciendo.
En fin, mucho ojo.

-El experimento. Oliver Hirschbiegel-

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