Sólo al escuchar el susurro del acordeón me doy cuenta de lo especial, de la esencia de esta calle. Siempre he pensado que Larios hay que andarla por el centro para no perderme ni un detalle de lo que allí se cuece. Hay que recorrerla por el centro para sentir su personalidad y comprender lo que realmente es y tanto se empeña en disimular, un punto de encuentro entre personas. Hay que fijarse en ellas, en la variedad infinita de espíritus que componen ese microcosmos. Adinerados y carentes, viejos y nuevos, payasos, monstruos mitológicos, princesas, gente que busca ayuda, para sí mismos y para los demás, personas felices e infelices, inconscientes, quienes aparentemente no tienen nada que ver unos con otros.Es en este pequeño ecosistema donde se comprende la inmensidad y la realidad que nos rodea a diario y que parece pasar desapercibida a los ojos de la mayoría, aunque poco a poco nos va marcando.Nunca se recorre este tramo del mundo de igual forma. A veces ignoramos la belleza que hay en Larios por culpa de preocupaciones inútiles o pasajeras mientras ella nos observa ofendida por nuestra soberbia y nuestra prisa. Y ya lo dijeron hace mucho tiempo, la prisa mata; mata la ilusión, el disfrute de un instante, de una brisa templada, de una canción, porque nos hace ignorarlo y perdernos algo que no se volverá a repetir, no de igual forma. Hay que abrir los sentidos y estar en todo momento receptivos. Si no queremos ser víctimas de lo superficial debemos estar atentos a esos regalos que contienen la sensación efímera de plena felicidad. Sólo dura unos segundos y no hay que cometer la estupidez de dejarlos escapar, no sólo en Larios sino en cada espacio que recorramos en nuestra vida.
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