Cine, cuna de soñadores

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sábado, 27 de julio de 2013

La Muerte y la Doncella

Un título más que apropiado para esta película. Mejor dicho, para la homónima obra original. Pero, ¿quién soy yo para alabar las ocurrencias de Ariel Dorfman? Una ingrata coincidencia es que "La muerte y la doncella" sea al mismo tiempo una pieza de Schubert utilizada para la tortura psicológica, y alegoría de la relación macabra entre Paulina y el Dr. Miranda.
Ésta ha sido una de esas historias que me dejan rota por dentro, temerosa de la vida y de sus caprichosos devenires, desprotegida y consciente de la fragilidad de nuestro destino. Ahora que las cosas se encuentran tan caldeadas en materia política y social, aquí en España, ver esta cinta por primera vez ha causado estragos.
Tenemos en común la película y yo:
1. Un pasado fascista.
2. Un presente convulso.
3. Un futuro incierto.
3. Muchas ganas de avance y cambio a mejor.
4. Deseos irrefrenables de acabar con una clase política corrupta, arrogante y criminal.
5. La indefensión del individuo ante un anquilosado sistema político, económico y social.
6. Ah, que no se me olvide algo también importante. Una sociedad muy machista.

Paulina, la doncella de Polanski, fue un juguete, más que otra cosa; más que una víctima de las circunstancias socio-políticas de ese país sudamericano sin determinar, que nos enseña Polanski desde el porche de una casa en mitad del campo, junto a un acantilado. ¿Dramático, eh? Ariel Dorfman, el chileno autor de la obra original "La muerte y la doncella", no hace referencia en ningún momento al país en el que tienen lugar los hechos pero, asumimos que Chile es el escenario y los años post Pinochet, el con contexto histórico.
Paulina fue secuestrada en su juventud por uno de los brazos del régimen chileno. Ocurrió porque sabía muchas cosas, porque tenía en su conocimiento los nombres de aquellos que suponían un peligro para los señores de la dictadura. Se la llevaron para que hablara y para conseguirlo, harían lo que fuera. Sin embargo, otras muchas cosas le pasarían a Paulina al margen de la extracción de información.

Parece ser que una mujer atada de pies y manos sobre una mesa es algo demasiado suculento como para dejar pasar la oportunidad. La oportunidad de jugar un poco a ser Dios, de sentir el poder absoluto sobre otra persona sin tener que dar ninguna explicación, sin tener que pedir perdón, sin que nadie te mire recriminante y, en definitiva, sin tener que sentirte culpable por ello.
¿Cuándo iba un hombre como Miranda a tener una ocasión así de ser el amo y señor de aquellas criaturas totalmente indefensas, expuestas y agradecidas por el más mínimo gesto de benevolencia? Esas mismas que en la vida real le hubiesen ignorado, humillado y rechazado, ¿cuándo? La idea de poseerlas gratuitamente, sin pagar ningún precio a cambio, como su buena familia le habría enseñado que debía ser, era demasiado tentadora como para dejar que se diluyera como el resto de deseos prohibidos.

Claro que, jamás imaginó que los caminos de la Muerte, representada por el Dr. Miranda, y la Doncella Paulina se volverían a cruzar pero en circunstancias muy diferentes: como personas civilizadas, respetables y cordiales, conocedoras de las normas sociales y cívicas. Tampoco contó Miranda con que se le había metido tan dentro a Paulina que, simplemente su voz, avivó en ella el recuerdo de todas y cada una de las perrerías que el honorable doctor le había hecho años atrás. Y, por supuesto, nunca lo hubiera creído el médico de los interrogatorios si alguien le hubiese dicho que una de sus pacientes se encargaría de juzgarle y hacerle confesar, por mucho que se escondiera tras una cara decente e inocente.

-La muerte y la doncella. Roman Polanski.-


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